El noticiero de esta mañana de domingo no me dice nada nuevo ni conmovedor. Lo único que captura mi atención es el bloque de luz que irradia de la pantalla para reflejarse en la asimetría orográfica de un gigantesco cobertor azul. Ahí, mi mirada se queda y desliza suvemente y sin interrupciones, adivinando las formas pasadas de un acto de comunión. Poco más a la derecha, las curvas se acentúan y se hacen firmes, tanto como el recuerdo de tus dedos en mi espalda. Sin moverte tú ni tocarte yo, comienzo a adivinar a tientas de vista tu figura y tu sexo en descanso. Con todo la intensidad que me provoca, te acaricio el sueño y el halo de tu respiración acompasada, que me hace pensar en tu vigilia desmemoriada y al mismo tiempo vasta de sueños indelebles, que de tan reales podrían facilmente parecer absurdos. Tu pecho marino de un oleaje tremendo, se mueve apenas. Las crestas de sus olas jamás revientan sino que se revuelven y comen a sí mismas. Como en escenario, las luces se han concentrado en tu figura. El televisor te baña de lineas estrobóticas multicolores y el filito de luz que se trasmina al través de las cortinas de la ventana que da al parque, te define el perfil de frente, labios, nariz, barbilla. Sin querer ni ensayarlo me ofreces el espectáculo de la vida: latente, humano, hombre... de largos dedos y hombros pequeños. Vivo, tuyo y tan aquí qur tu presencia lo captura todo, incluyendo a esta espectadora que no necesita sentirse penetrada para ser tuya en el transcurso de éste breve acto contemplativo y de posesión. Buenos días hombre. Aquí y ahora, mi ser testigo de la laxitud de tu sueño profundo me ha revelado un secreto más de la vida.
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